La enfermedad y su cronicidad, aumentan el grado de dependencia, paraliza la sensación de control en nuestras vidas, provocando una mayor inseguridad, incertidumbre, que, se se verán traducidas en el día a día, en nuestra manera de comportarnos y relacionarnos con los demás, en cómo nos sentimos y hacemos sentir a los que nos rodean. Uno de los elementos más afectados en este sentido es nuestra propia imagen.
Cuando se padece una enfermedad crónica, sobre todo ante cierta gravedad, o discapacidad. Lo que éramos o teníamos, las características que nos componían pierden importancia, en contraposición, sólo destaca el sufrimiento y el dolor. La carta de presentación es “la enfermedad”. Y la etiqueta que nos define “pacientes crónicos”. Cuando nos percibimos a nosotros mismos de diferente manera, percibimos a los demás y nos relacionamos con ellos de muy distinto modo.
Desde el diagnóstico, la mirada sobre nosotros mismos combina tristeza, negación y preocupación. Las profundas alteraciones en nuestro tipo de vida afecta a nuestra apariencia física, altibajos emocionales mellan nuestro rostro , las variaciones del peso se tatúan en nuestro cuerpo, y a medida que pasa el tiempo la manera de tratar a los demás es un reflejo de lo que sentimos y padecemos. Las limitaciones físicas nos obligan diariamente a adoptar otra actitud, limitando a su vez la autoestima, bajando nuestras defensas y encauzando nuestros pensamientos en direcciones más negativas.
Un punto de partida es entender cómo nos afecta la enfermedad diagnosticada y qué supondrá en nuestras vidas, comenzando por nuestra afectación psicológica. Qué somos ahora, cómo nos vemos, cómo nos describimos. Seguramente, en un inicio, toda descripción parte de las palabras, enfermo, paciente, dolido, sufridor, el que vive en un malestar continuo, el o la incomprendid@,… son aspectos claves que marcarán la autoimagen que exteriorizamos. Por lo tanto, ese aspecto que definimos es lo que los demás verán y así nos tratarán. Es importante destacar, por tanto, que somos los primeros en deber adaptarnos a la nueva situación, en reencontrarnos en el espejo, y realizar una adecuada presentación para los demás.
Todo cambio en la vida nos hace reorganizar horarios, hábitos, incluso pensamientos o creencias, y en este caso también la propia imagen. Sí, somos otra persona, con características renovadas, quizás con más paciencia, con un mayor control, o por el contrario más irascibles, … pero hemos de dar un paso adelante y aceptar nuestro nuevo yo. “Persona que padece una enfermedad”, sólo es una parte de nosotros, pero nos componen y nos compondrán muchas más. Por lo que es importante recobrar el nivel óptimo de autoestima, seguir valorando nuestras acciones, sentimientos y pensamientos. Los beneficios de ese esfuerzo serán notables.