Las personas nos ponemos trabas mentales antes de realizar una acción. Dudamos y nos planteamos resultados adversos sin apenas haberlo intentado. Parece que buscamos razones por las cuales no seamos capaces de llevar a cabo algo en concreto, como excusas que nos amparen y justifiquen.
“A mí, siempre se me han dado muy mal las manualidades, no seré capaz de hacerlo.”
“Tendría que hablar con mis padres, no sé qué decir, al final lo pondré peor.”
“No he intentado sacar el carné de conducir, para qué, ya sé que eso no voy a poder.”
“Para qué empezar algo que no seré capaz de acabar.”
“Es mejor que pase del tema, no seré capaz de afrontarlo”.
“Siempre lo hago mal”.
“¿Y si fracaso?”
Piedra a piedra construimos muros que nos sirven como sistemas de defensa tras los que ocultarnos, y hacernos más pequeños. De esta manera si algo no sale como esperábamos, ya hemos adelantado parte del trabajo, regodearnos en el calificado “fracaso”, y lanzar otro par de piedras más al muro, para la siguiente ocasión en que se nos ocurra intentarlo. De hecho, lo que nos vamos tatuando, cada vez de manera más profunda, es esa frase que parece perseguirnos “no soy capaz”, en nuestra piel.
Pero, ¿cómo empezó todo? ¿Cómo podemos desembarazarnos de ese «tatoo» de dudoso gusto? ¿Por qué juzgamos constantemente nuestras capacidades , habilidades o recursos personales?
Tengamos en cuenta que la mayoría de enseñanzas sobre nuestras capacidades fallidas son ejemplos aislados, o lo que es lo mismo, generalizaciones de situaciones muy puntuales. Si en un par de ocasiones algo no ha tenido el resultado esperado, a la tercera pensamos que volverá a suceder de la misma manera, nos desmotivamos, y dejamos que ese resultado negativo vuelva a suceder, generando una racha que se convertirá en ley finalmente. La manera de referirnos o expresarnos sobre nosotros mismos, marca una distancia severa. La diferencia palpable entre el verbo «ser» y el verbo «estar», es la diferencia entre considerar que somos de determinada manera y no hay cambio posible y el entender en que cada momento o circunstancia nos adaptamos y por lo tanto existen cambios posibles y nuevos desarrollos en nosotros. La primera opción «yo soy así» provocará etiquetas que nos lastren, definiciones que acorten muy mucho quiénes somos, y de qué somos capaces. ¿Con qué opción nos sentimos más identificados?
Opción A Opción B
Soy un enfermo Estoy enfermo/me siento enfermo
Así es mi caracter Así me he comportado
Soy una persona triste Me siento triste
No tengo salida No veo la salida
… …
Hemos de considerar que cualquier tarea es mucho más llevadera si creemos que «podemos llevarla a cabo” de antemano, desde el nivel de motivación, la confianza en uno mismo, pasando por los elementos positivos y el disfrute de la misma, y terminando por eliminar los juicios de valor negativos o los miedos bloqueantes a errar.
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Los juicios de valor, mengüan nuestra capacidad de actuar, de decidir, de pensar sin generalizar.
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Los aprendizajes se nutren sobre todo de ocasiones en que lo intentamos y no salieron las cosas como queríamos. No digamos fracasos, son experiencias que nos ayudan a aprender.
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Ampararnos en el “no soy capaz de”, es una pérdida de potencial y de recursos. Además, evita que sigamos desarrollándonos.
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El miedo es una emoción que nos avisa, que da la alarma para que seamos precavidos ante algo, pero si nos paralizamos estaremos dejando que nos domine.
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La actitud que adoptemos ante los conflictos será esencial a la hora de afrontarlos de manera derrotista o más motivados, por lo que tendrá un gran peso sobre el resultado.
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Las ideas preconcebidas también nos restan. Experimentemos antes de creer a pies juntillas que no vamos a poder hacer algo.